No estoy tratando de dejar de fumar. Debiera dejar de fumar. Y listo. No intentar dejar de fumar. No probar dejar de fumar. Ya probé dejar de fumar. Y dejé de fumar.
Cuando dejé de fumar aquella vez, no fue un intento. Ni un deber. Recuerdo que, mientras fumaba aquél último cigarrillo, vi a una mujer entrar a un lugar con un cigarrillo en la mano. Observé sus movimientos. Ví qué chiquito era el cigarrillo al lado de su cuerpo. Un cigarrillo chiquito y flaquito, prendido, entre los dedos de su mano derecha.
Igual que yo, entre los dedos de la mano derecha. Y miré mi cigarrillo. Y no entendí qué estaba haciendo. No le encontré sentido.
Y lo apagué durante cinco años.
jueves, 8 de enero de 2009
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